lunes, 28 de septiembre de 2009

Clases de apoyo

ESB, Polimodal, CBC y Terciarios
Lengua y literatura, técnicas de escritura, Estilos periodísticos y literarios, Historia, Semiología, Comunicación, Psicología, Metodologia de estudio.
Profesora: CECILIA . Celu: 15-6140-0735
Email: carballocecilia79@gmail.com

Un paseo por el sur!

Ese domingo amaneció tarde; en las épocas de frío este lugar en el fin del mundo es así y en verano casi no hay noche. Era julio de 1988 y esa mañana casi todos los integrantes de la familia (dos de los hijos, padre y madre) se levantaron entre las 10 y 11:30, menos el hijo adolescente, Martín, que había ido a bailar la noche anterior.
Dolores, la mamá, preparó la torta tradicional de la familia, “la ánita”, y además hizo una ensalada de lechuga, tomate y huevo para el almuerzo. Fue allí cuando a su marido Jorge se lo ocurrió ir a comprar asado para ir a comer al bosque. A Dolores no le gustaba mucho salir pero aceptó así sus hijos pequeños disfrutaban un poco del día y de sus vacaciones de invierno.
Entre los niños, -Sebastián y Cecilia- y el papá Jorge llenaron el baúl de la rural Ford con la comida, la pelota y el equipo para el mate. Partieron más o menos a las 12:30 y la pequeña además llevó la almohada para seguir durmiendo en el auto.
El viaje al principio fue ameno pero un poco aburrido porque el paisaje eran las fábricas de electrodomésticos y los pastizales áridos de aquellas zonas. Cuando todo el lugar se inundó de bosques de cipreses, lengas y pinos, el frío y el viento los invadió, entonces tuvieron que aumentar la calefacción del auto.
En el kilómetro 520 camino a Ushuaia la ruta era sinuosa y resbaladiza; en ese momento la nieve se apoderó del lugar y manchó los vidrios del auto. El conductor pudo despejar la vista y seguir camino, pero de repente divisaron un cartel que decía:”En esta zona se debe usar cadenas”. Jorge respondió con risas y fanfarronería:”Nosotros no las necesitamos; este auto es un avión”. Pero justo en la subida el auto empezó a dar vueltas en el asfalto helado; entonces Dolores exclamó: ¡ahhhhhhhhhhhhhh!, mientras Sebastián calculaba hacia donde podía virar el coche, Jorge se preocupaba en conciliar el equilibrio y Cecilia, la más pequeña, estaba tiesa como un mármol. El auto se estrelló contra un montículo de nieve. Al frenar cada uno miró cómo estaba el otro y por suerte nadie había sufrido heridas, pero Jorge apretó el embriague y solo logró un Puff, puff. La mamá y la niña comenzaron a lagrimear. El papá las calmó diciéndoles: "No pasó nada, estamos bien". Eso hizo que bajaran del coche y empezaran a sacar la nieve del capot.
Dolores y Cecilia, consternadas por lo sucedido empezaron a caminar al costado de la ruta mientras el agua nieve mojaba sus abrigos. Jorge dió media vuelta y al verlas les gritó:"¿Qué van a hacer?, es mejor quedarse aquí y ver si pasa otro coche para que nos ayude". Ahí la madre recapacitó y volvieron con la niña al lugar de lo sucedido. De todos modos la pareja empezó a discutir quién había sido el culpable del hecho. Sebastián los interrumpió diciéndoles:"Basta, ahora hay que buscar ayuda".
Un Scort rojo apareció al cabo de unos minutos, hicieron dedo y el auto paró. Bajó un hombre de unos 40 años que vestía con campera de cuero y unas botas de montar.-"¿Qué les pasó?"-, preguntó. Jorge le explicó en breve y el hombre les dijo que podía llevar solo a uno a un centro de rescate cercano. "Bueno iré yo", afirmó Jorge. Dolores se quedó con los niños haciendo una fogata con diarios cerca del auto, el frío no ayudaba a mantenerla prendida.
Los tres acurrucados frente al pequeño fuego hablaban muy poco y cuando lo hacían era para decir "¡Qué frío!". Cada minuto se empezó a volver eterno. De repente, vieron algo moviéndose entre los árboles; Sebastián exclamó: -"Será alguien, que suerte"-, a lo que la madre contestó: -"No, puede ser un animal salvaje, saquemos la nieve del auto y metámosnos ahí"-. En ese momento, fue Cecilia la que miró hacia el auto y vio que estaba casi cubierto por la nieve. Codeó a su madre para mostrárselo y esta se puso más blanca que la nieve. Sebastián les dijo: -"Quédense tranquilas y no se muevan"-. Pero los ruidos y los movimientos no mermaban y ellos sentían que algo se acercaba lentamente.
Sebastián pensó en tratar de sacar la carne del baúl, dado que estaba a medio abrir porque habían sacado las balizas para poner al costado del camino. Sin decirle nada a la madre se fue acercando pausadamente hacia el auto. Dolores lo vió pero no le dijo nada; ella tenía mucha confianza en las ocurrencias de su hijo.
Cuando Sebastián ya estaba cerca del auto, apareció un zorro colorado grande entre las lengas. Al verlos mostró sus dientes con mucho ahínco. Las mujeres estaban petrificadas del miedo. El niño no vaciló ni un minuto y trató de sacar la nieve del baúl; lo logró hacer pero lo que no pudo fue levantarlo: el frío lo había congelado y pesaba mucho más.
El zorro se puso delante de él y comenzó a olfatearle sus zapatos y luego siguió con sus pantalones; un sudor frío le recorría el cuerpo. Dolores empezó a desesperarse y se frotaba las manos una y otra vez. Cuando llegó a sus muslos el zorro clavó sus dientes en la pierna derecha de Sebastián. Dolores pensó en tirarle con algo pero la verdad es que no había nada cerca. Asustada mirando para todos lados encontró las balizas, pero no las quería agarrar: eran su única herramienta de rescate. Entonces corrió hacia donde estaba su hijo, se sacó la campera y un zapato, arropó al zorro y le golpeó la cabeza. Este dejó de moder al niño pero el efecto del golpe no iba a durar mucho. Además Dolores no quería matar al animal.
El zorro quedó mareado en el suelo y Cecilia corrió hacia ellos. Entre los tres intentaron abrir el baúl, pero era casi un bloque de hielo. Cuando apenas lo agrietaron, Sebastian vió los fierros de unos estantes, metió su mano y trató de agarrarlos, pero las mujeres estaban perdiendo fuerza para tener el capot y el hueco era muy pequeño. El niño les dijo: -"Por favor aguanten, es nuestra única salvación"-.
El zorro se estaba recuperando pero se había enredado en la campera de Dolores, esto ayudó a que tuvieran más tiempo. Luego de grandes esfuerzos y con el brazo dolorido por el frío y el estiramiento; Sebastián logró agarrar uno de los fierros e intentó hacer palanca con él. Cuando lo logró la madre tomó otro y se lo lanzó al zorro para que se asustara, pero se enfureció y con mordiscones logró desenredarse. En ese momento, Sebastián le tiró toda la carne que encontró; Cecilia y Dolores estaban aterrorizadas.
El animal tomó la carne y huyó. Cada uno respondió con un suspiro de alivio y se abrazaron mutuamente; recién en ese momento Dolores se dio cuenta del frío que tenía por no tener la campera. La tomó del piso pero estaba destrozada y expresó: -"Lo que faltaba!"-.No terminó de completar la frase cuando vió que el pantalón de su hijo estaba ensangrentado; trató de mantener la calma pero miles de pensamientos corrían por su mente. Entonces la miró a Cecilia y señaló a su hijo. La niña al verlo gritó: -"¿Sebastián no te diste cuenta que el zorro te mordió?"-. Él se miró y cayó desmayado de la impresión y su madre gritó: -"No, no te mueras hijo por favor"-.
Las dos mujeres lo reanimaron y el le manifestó a su madre: -"Buscá algo para hacer un torniquete y poneme hielo en la herida"-; ella actuó sin pensar. Cecilia lloró nuevamente y entre sollozos se puso a rezar. El lugar seguía invadiéndose de nieve y un fuerte viento.
Los tres se abrazaron para no sentir tanto frío y para unirse en la desesperación. Dolores los alentaba diciéndoles: -"Cálmense y respiren hondo"-. Entre cada toma de aire pensaban en su padre; hacía más de dos horas que los había dejado. Pero de repente una luz invadió el lugar, la madre se levantó y vió que a pocos metros había una camioneta; entonces chilló: -"Auxilio"-.
Una flamante pick up paró y bajó de ella un hombre vestido de gaucho, con grandes pantalones bombacha, boina, un pullover tejido a mano y una petaca en su mano; enseguida la reconocieron: era el padre Zinc. Dolores le contó lo sucedido y el les ofreció llevarlos a la estancia Menendez Betti, era el lugar más cercano y allí había un veterinario que por lo menos podía parar el sangrado de la herida.
En la estancia todo estaba cubierto de nieve y escarcha; los animales -dos vacas, cuatro caballos y diez ovejas- ni se asomaban. El padre los dejó y emprendió su partida porque tenía una comunión a eso de las 17. La dueña de la hacienda, Cristina, los invitó a la rústica casa y llamó al veterinario para que compusiera la herida.
El veterinario le miró la mordida: por suerte no era profunda y les dijo que era mejor que había sangrado así se expulsan las bacterias. La limpió cuidadosamente y le propuso aplicarle la antitetánica. A Sebastián le dolió mucho el pinchazo dado que estaba muy alterado por lo que habían pasado. Pero el veterinario llamó aparte a Dolores le preguntó una y otra vez que aspecto tenía el zorro, si estaba muy nervioso y si salivaba demasiado. Dolores entendió que le preguntaba por si tenía rabia, entonces bajó la cabeza y la tambaleó repetidas veces y le dijo que no recordaba nada porque fue todo muy rápido.
Cristina les ofreció un plato de sopa de cebolla y unos sandwiches de asado que habían sobrado del almuerzo; los tres comieron como fieras. La dueña se horrorizó y miró para otro lado. Cuando ya estaban satisfechos se preocuparon por Jorge y el auto. La dueña les decía que la tormenta había sido la más grande de los últimos tiempos y que seguro que Jorge se había quedado en un refugio. Dolores le preguntó si no tenía un teléfono para hablar con su hijo mayor pero ella le contestó que solo tenía un radio control.
La noche no tardó en llegar y Cristina les preparó un guiso de lentejas. Sebastián comió y se echó a dormir en un futón de algarrobo que había en el comedor mientras Cecilia jugaba con Laica, un perra policía cachorra. Cuando se cansó, hurgueteó los libros de la Biblioteca del living y encontró uno con la encuadernación cosida a mano, lo tomó despacio y vio que era un Don Quijote edición 1920, era una reliquia así que lo dejó en su lugar. Luego Cristina les asignó la habitación en donde iban a dormir y entonces Dolores tomó a Sebastián en sus brazos.
El cuarto era muy antiguo; el techo estaba hecho con listones de madera y unas lámparas de cristal colgaban de él. Las camas eran de mimbre con acolchados pesados tejidos a mano por la bisabuela de Cristina; cada uno tenía las iniciales de sus hijos. A eso de las 22 horas ya estaban los niños durmiendo pero Dolores no concebía el sueño, se acordaba una y otra vez las preguntas que le había hecho el veterinario. Cada tanto se levantaba y tocaba la cabeza de su hijo para ver si tenía fiebre. La tormenta de nieve y el viento no pararon en toda la noche.
A la mañana siguiente todos despertaron con la esperanza de poder salir de ahí, pero Cristina les recomendó que no sería pertinente dado que había escuchado por radio que varios caminos estaban cortados. -"¿Mi marido, dónde estará?"-: decía Dolores. Además estaba muy preocupada por Sebastián, aunque se encontraba bastante bien y comía en abundancia.
Cristina escuchó por la radio que ellos estaban desaparecidos y que no podía actuar defensa civil porque los caminos se hallaban cerrados; entonces llamó por radio a la emisora y les comentó que tres de los integrantes residían en la estancia. Esto tranquilizó un poco a Martín, el hijo mayor, que había llamado a defensa civil.
Tuvieron que esperar tres días para volver a la ciudad: fueron los peores de sus vidas. Dolores revisaba a cada rato si su hijo estaba bien y tanto ella como sus hijos se encontraban desorientados porque no había noticias del padre. El hijo mayor iba cada dos horas a la radio local para ver si tenían noticias de él.
En la mañana del jueves, el padre Zinc pasó a buscar a los niños y a Dolores; mientras Jorge salía con una grúa del centro de rescate. En el lugar de lo sucedido vio los pedazos de la campera de su mujer, en ese instante su cuerpo se paralizó y el silencio lo aprisionó.
Dolores y los niños llegaron a su hogar a eso de las 12 del mediodía. Los recibió Martín con monerías y saltos extravagantes, a lo que Dolores contestó: -"Martín siempre igual, no sabemos nada de papá y hacés payasadas"-. -”Pero si está en el centro de rescate, ya vendrá”-, le contestó Martín. Cecilia suspiró y expresó:-"Me volvió el alma al cuerpo"-.
A las dos horas desahuciado y sin esperanzas llegó Jorge. Tocó el timbre y salió Martín con cara de tristeza y le dijo: -"No sé nada de ellos, los están buscando"-; el papá se puso blanco y estaba a punto de desmayarse. Ahí le tuvo que decir la verdad. Los niños y Dolores corrieron hacia él y gritaron:-"Qué suerte que estás sano y salvo"-. En ese momento todos se abrazaron. La calma volvió al hogar una semana después de lo sucedido cuando supieron que Sebastián no había sido contagiado con rabia.