miércoles, 27 de julio de 2011

Misas y Herejes

Por el alma de Don Quijote,
me diste aquella revelación,
cuando tu risa exótica,
venció las barreras del camino.
Envíos, hablaban de flor y truco.
En el patio, tu secreto a la antigua
contó los ratos buenos,
de los perros del barrio.

En el barrio, el guapo lloró en silencio
Y después del olvido,
vinieron tus ofertorios galantes,
repletos de furia, cargados de sueños.
¿Por qué aquellos sermones,
quedaron en el alma del suburbio?

En tus manos desecho el clavel,
tras ser burda tu invitación,
de los ritos en la sombra.
Entre tus acusaciones absurdas,
no sobrevive nada, sólo la murria.

lunes, 28 de marzo de 2011

Jardín Oblicuo

Jardín escondido, sólo de locos soñadores,
desdibuja senderos invisibles.
Transcribe el sentimiento de la gente,
sigue los pasos en ideales inciertos.
Corrompe los pensamientos ingratos,
jardín que derriba fronteras,
jardín que subsiste por la esperanza.
Hábitat de flores gualdas,
camino de luces infinitas.
Jardín habitado, delirantes espíritus.
Lugar de sombras, hechos añicos.
Oblicuos son tus destinos,
tu calles y el propio dolor.
Jardín misceláneo, repleto de furia.
Jardín donde vive Piccaso,
Dalí y el mismo Miró.
Jardín lunático, no reina el abismo.
Convive con la libertad,
rechaza toda soberbia.
Palomas sobre tus arroyos,
invitan hacia la ecología.
Jardín que representa arte
imaginativo, lleno de creatividad.
Jardín montañoso, aterciopelado.
Cárcel de injusticias, penas.
Jardín donde frecuentan,
algunos seres humanos.

domingo, 2 de enero de 2011

Uno más

Él estaba ahí esperando a que alguien le dijera algo pero nada, sentía que su vida se deshacía en pedazos. No sabía ya que pensar, ni que hacer. Todos los días leía el diario esperando algo, una noticia relevante pero nada ocurría. Estaba embebido en la historia de los otros, creía que había algo que los demás le iban a dar, que algún día se acordarían de él y le tuvieran más que lástima.
Cada día trataba de hacer algo, pero su depresión ganaba pulseada frente a sus ganas. Vivía ensimismado, loco, no faltaba el día en que se tomara de los pelos y gritara:”No quiero estar en esta situación”. Hormigas corrían por su casa, le engullían todo, pero él no las podía matar; apenas sus manos llegaban hasta el piso. En muchos momentos, había soñado que las hormigas se metían por sus ojos y le devoraban su cerebro poco a poco.
Ya no sabía qué hacer, si quería levantarse se caía y entonces se quedaba en el piso por muchas horas, llegaba a hacerse encima y a dormir arriba de su propio orín. No le quedaba más que lamentarse y esperar a que uno de sus gatos maullara para que viniera un vecino y le abriera la puerta.
En las noches, tenía que tirarse a la cama y después acomodar sus piernas con el esfuerzo de sus brazos. Lo peor era cuando tenía ganas de ir al baño, era todo un trastorno para meterse en su silla, a veces prefería ponerse pañales y taparse la nariz cuando el aire no era respirable.
Una vez por semana lo visitaba Juana, una mujer solterona, que había sido su novia en tiempos pasados. Pero el amor se había ido, quedó solo un sentimiento lastimoso y mezquino. Era ella quien lo bañaba y limpiaba su casa y él siempre le quería dar unos pesos pero Juana jamás se los aceptaba. Un día llegó a decirle:_No puedo aceptarte plata en la situación que estas.
Cuando ella se iba, él lloraba por horas y pensaba en todo el tiempo que tenía que esperar para volver a verla. Un día apenas, Juana cruzó la puerta comenzó a gritarle:_No me dejes solo, te pago lo que quieras para que te quedes. Ella aceptó pero fue la única vez porque lo vio con los ojos en llanto y mirando hacia la nada. Se quedó dos días y cuando él cerró sus ojos para una siesta tomó su bolsa y se marchó.
Cuando se despertó, vio que había una carta sobre el escritorio. Sintió un dolor fuerte en el pecho y enseguida tomó el teléfono que estaba colgado en la pared y llamó a emergencias; con voz entrecortada y jadeante les indicó donde vivía. Al cabo de unos minutos, llegaron los médicos y lo dejaron internado por unos días. Tuvo una angina de pecho y lo trasladaron a internación coronaria.
El primer día, lo fue a visitar Benito, un primo que hacía como 10 años que no veía. Pasó por la habitación y le preguntó qué le había pasado. Sin muchas vueltas le dijo:_Pero seguís enganchado con esa mina, ya no da. Él abrió los ojos como desorbitados y no tuvo más remedio que contestarle:_Claro, porque vos tenés familia, un trabajo, una vida que hacer. Yo no tengo nada, a lo que Benito le dijo:_”Vés por qué no te visito, porque sos el mismo depresivo de siempre, no es tu estado el que te puso así. Sos vos macho,” Como quien no quiere la cosa, busco en los bolsillos hasta que encontró el celular: _”Uhh me están buscando, mi nene que tiene fiebre. Chau loco, en cuanto pueda te llamo”. Dio media vuelta y se fue. Recién ahí él recapacitó que no había oído el celular y que su hijo seguro que tenía como 20 años, ya no era ningún nene.
Al cabo de unas horas, una mujer entró en la habitación, tenía los labios como despintados y la mirada perdida. Ella lo bañó, le cambió las sábanas y hasta le preguntó si se sentía mejor; él la miró y creyó que era Juana, sin embargo los zurcos de la cara le decían que no era ella. Detrás entró un enfermero con la cena, él se dio cuenta de que esquivaba la mirada, pero su prominente perfil hizo que él se diera cuenta de quién se trataba y le dijo:_¿Cómo andás, Marcos? Sé qué te enojaste porque te dije que la sopa estaba fría y sólo por eso te fuiste. Este hombre lo miró, se sonrojó los cachetes y le contestó:_”Se que me porté susceptible, lo que pasa es que ustedes se creen que somos sirvientes y no es así. Ahora te voy a dejar que tengo que seguir sirviendo la cena”.
Después de cuatro días en el hospital, volvió a su casa. El pasto llegaba hasta la ventana y un moho verde estaba impregnado en las paredes, pero la verdad no tenía plata así que decidió vivir así, aún sabiendo que menos gente se acercaría. Por lo menos, la descompensación que sufrió lo hizo poner en la dicotomía de si quería vivir o no o mejor dicho para qué quería vivir.
La primera solución para su malestar la encontró en dedicarse a la pintura; compró bastidores, acuarelas y pinceles, pero sus dibujos no eran más que la representación de un niño de cuatro años. Se sintió un inútil. Lloró y siguió retraído como siempre. Lo que si hizo fue contratar a alguien para tener su casa en condiciones óptimas.
En unos días se le pasó la bronca, otra vez las ideas comenzaron a fluir como un haz de luces resplandecientes, pensó en un invento detrás de otro; hacer una lapicera con varios cartuchos recargables, yerbas con sabor a arándano, jengibre, medias reversibles de un lado para verano y del otro para invierno. No logró hacer nada, solo impregnar el living de olor a jengibre y manchar las paredes con tintas. Esta vez no lloró, tal vez sintió que su tiempo lo estaba utilizando en algo.
Durante los próximos meses, su pasatiempo fue mirar por la ventana todo lo que pasaba en la vida de los otros; descubrió que su vecina sufría de anorexia, vio como unos gatos se comían a una torcaza que tenía un ala herida, y observó lastimosamente como un hombre le pegaba cachetazos a su mujer y a sus hijos. Entonces entendió que el mundo más allá de su casa no era perfecto y comenzó a escribir sobre ello.
Todos los días se levantaba pensando en qué escribir, cómo relatarlo, con qué personajes y las historias fluían sin parar. Relatar todo lo vivido en su situación era catártico, ya
no esperaba cada día una noticia notable, ni el cariño explícito de alguien especial, porque encontraba en la escritura una forma de estar con los otros, y además una manera más agradable de estar consigo mismo.