lunes, 28 de septiembre de 2009

Clases de apoyo

ESB, Polimodal, CBC y Terciarios
Lengua y literatura, técnicas de escritura, Estilos periodísticos y literarios, Historia, Semiología, Comunicación, Psicología, Metodologia de estudio.
Profesora: CECILIA . Celu: 15-6140-0735
Email: carballocecilia79@gmail.com

Un paseo por el sur!

Ese domingo amaneció tarde; en las épocas de frío este lugar en el fin del mundo es así y en verano casi no hay noche. Era julio de 1988 y esa mañana casi todos los integrantes de la familia (dos de los hijos, padre y madre) se levantaron entre las 10 y 11:30, menos el hijo adolescente, Martín, que había ido a bailar la noche anterior.
Dolores, la mamá, preparó la torta tradicional de la familia, “la ánita”, y además hizo una ensalada de lechuga, tomate y huevo para el almuerzo. Fue allí cuando a su marido Jorge se lo ocurrió ir a comprar asado para ir a comer al bosque. A Dolores no le gustaba mucho salir pero aceptó así sus hijos pequeños disfrutaban un poco del día y de sus vacaciones de invierno.
Entre los niños, -Sebastián y Cecilia- y el papá Jorge llenaron el baúl de la rural Ford con la comida, la pelota y el equipo para el mate. Partieron más o menos a las 12:30 y la pequeña además llevó la almohada para seguir durmiendo en el auto.
El viaje al principio fue ameno pero un poco aburrido porque el paisaje eran las fábricas de electrodomésticos y los pastizales áridos de aquellas zonas. Cuando todo el lugar se inundó de bosques de cipreses, lengas y pinos, el frío y el viento los invadió, entonces tuvieron que aumentar la calefacción del auto.
En el kilómetro 520 camino a Ushuaia la ruta era sinuosa y resbaladiza; en ese momento la nieve se apoderó del lugar y manchó los vidrios del auto. El conductor pudo despejar la vista y seguir camino, pero de repente divisaron un cartel que decía:”En esta zona se debe usar cadenas”. Jorge respondió con risas y fanfarronería:”Nosotros no las necesitamos; este auto es un avión”. Pero justo en la subida el auto empezó a dar vueltas en el asfalto helado; entonces Dolores exclamó: ¡ahhhhhhhhhhhhhh!, mientras Sebastián calculaba hacia donde podía virar el coche, Jorge se preocupaba en conciliar el equilibrio y Cecilia, la más pequeña, estaba tiesa como un mármol. El auto se estrelló contra un montículo de nieve. Al frenar cada uno miró cómo estaba el otro y por suerte nadie había sufrido heridas, pero Jorge apretó el embriague y solo logró un Puff, puff. La mamá y la niña comenzaron a lagrimear. El papá las calmó diciéndoles: "No pasó nada, estamos bien". Eso hizo que bajaran del coche y empezaran a sacar la nieve del capot.
Dolores y Cecilia, consternadas por lo sucedido empezaron a caminar al costado de la ruta mientras el agua nieve mojaba sus abrigos. Jorge dió media vuelta y al verlas les gritó:"¿Qué van a hacer?, es mejor quedarse aquí y ver si pasa otro coche para que nos ayude". Ahí la madre recapacitó y volvieron con la niña al lugar de lo sucedido. De todos modos la pareja empezó a discutir quién había sido el culpable del hecho. Sebastián los interrumpió diciéndoles:"Basta, ahora hay que buscar ayuda".
Un Scort rojo apareció al cabo de unos minutos, hicieron dedo y el auto paró. Bajó un hombre de unos 40 años que vestía con campera de cuero y unas botas de montar.-"¿Qué les pasó?"-, preguntó. Jorge le explicó en breve y el hombre les dijo que podía llevar solo a uno a un centro de rescate cercano. "Bueno iré yo", afirmó Jorge. Dolores se quedó con los niños haciendo una fogata con diarios cerca del auto, el frío no ayudaba a mantenerla prendida.
Los tres acurrucados frente al pequeño fuego hablaban muy poco y cuando lo hacían era para decir "¡Qué frío!". Cada minuto se empezó a volver eterno. De repente, vieron algo moviéndose entre los árboles; Sebastián exclamó: -"Será alguien, que suerte"-, a lo que la madre contestó: -"No, puede ser un animal salvaje, saquemos la nieve del auto y metámosnos ahí"-. En ese momento, fue Cecilia la que miró hacia el auto y vio que estaba casi cubierto por la nieve. Codeó a su madre para mostrárselo y esta se puso más blanca que la nieve. Sebastián les dijo: -"Quédense tranquilas y no se muevan"-. Pero los ruidos y los movimientos no mermaban y ellos sentían que algo se acercaba lentamente.
Sebastián pensó en tratar de sacar la carne del baúl, dado que estaba a medio abrir porque habían sacado las balizas para poner al costado del camino. Sin decirle nada a la madre se fue acercando pausadamente hacia el auto. Dolores lo vió pero no le dijo nada; ella tenía mucha confianza en las ocurrencias de su hijo.
Cuando Sebastián ya estaba cerca del auto, apareció un zorro colorado grande entre las lengas. Al verlos mostró sus dientes con mucho ahínco. Las mujeres estaban petrificadas del miedo. El niño no vaciló ni un minuto y trató de sacar la nieve del baúl; lo logró hacer pero lo que no pudo fue levantarlo: el frío lo había congelado y pesaba mucho más.
El zorro se puso delante de él y comenzó a olfatearle sus zapatos y luego siguió con sus pantalones; un sudor frío le recorría el cuerpo. Dolores empezó a desesperarse y se frotaba las manos una y otra vez. Cuando llegó a sus muslos el zorro clavó sus dientes en la pierna derecha de Sebastián. Dolores pensó en tirarle con algo pero la verdad es que no había nada cerca. Asustada mirando para todos lados encontró las balizas, pero no las quería agarrar: eran su única herramienta de rescate. Entonces corrió hacia donde estaba su hijo, se sacó la campera y un zapato, arropó al zorro y le golpeó la cabeza. Este dejó de moder al niño pero el efecto del golpe no iba a durar mucho. Además Dolores no quería matar al animal.
El zorro quedó mareado en el suelo y Cecilia corrió hacia ellos. Entre los tres intentaron abrir el baúl, pero era casi un bloque de hielo. Cuando apenas lo agrietaron, Sebastian vió los fierros de unos estantes, metió su mano y trató de agarrarlos, pero las mujeres estaban perdiendo fuerza para tener el capot y el hueco era muy pequeño. El niño les dijo: -"Por favor aguanten, es nuestra única salvación"-.
El zorro se estaba recuperando pero se había enredado en la campera de Dolores, esto ayudó a que tuvieran más tiempo. Luego de grandes esfuerzos y con el brazo dolorido por el frío y el estiramiento; Sebastián logró agarrar uno de los fierros e intentó hacer palanca con él. Cuando lo logró la madre tomó otro y se lo lanzó al zorro para que se asustara, pero se enfureció y con mordiscones logró desenredarse. En ese momento, Sebastián le tiró toda la carne que encontró; Cecilia y Dolores estaban aterrorizadas.
El animal tomó la carne y huyó. Cada uno respondió con un suspiro de alivio y se abrazaron mutuamente; recién en ese momento Dolores se dio cuenta del frío que tenía por no tener la campera. La tomó del piso pero estaba destrozada y expresó: -"Lo que faltaba!"-.No terminó de completar la frase cuando vió que el pantalón de su hijo estaba ensangrentado; trató de mantener la calma pero miles de pensamientos corrían por su mente. Entonces la miró a Cecilia y señaló a su hijo. La niña al verlo gritó: -"¿Sebastián no te diste cuenta que el zorro te mordió?"-. Él se miró y cayó desmayado de la impresión y su madre gritó: -"No, no te mueras hijo por favor"-.
Las dos mujeres lo reanimaron y el le manifestó a su madre: -"Buscá algo para hacer un torniquete y poneme hielo en la herida"-; ella actuó sin pensar. Cecilia lloró nuevamente y entre sollozos se puso a rezar. El lugar seguía invadiéndose de nieve y un fuerte viento.
Los tres se abrazaron para no sentir tanto frío y para unirse en la desesperación. Dolores los alentaba diciéndoles: -"Cálmense y respiren hondo"-. Entre cada toma de aire pensaban en su padre; hacía más de dos horas que los había dejado. Pero de repente una luz invadió el lugar, la madre se levantó y vió que a pocos metros había una camioneta; entonces chilló: -"Auxilio"-.
Una flamante pick up paró y bajó de ella un hombre vestido de gaucho, con grandes pantalones bombacha, boina, un pullover tejido a mano y una petaca en su mano; enseguida la reconocieron: era el padre Zinc. Dolores le contó lo sucedido y el les ofreció llevarlos a la estancia Menendez Betti, era el lugar más cercano y allí había un veterinario que por lo menos podía parar el sangrado de la herida.
En la estancia todo estaba cubierto de nieve y escarcha; los animales -dos vacas, cuatro caballos y diez ovejas- ni se asomaban. El padre los dejó y emprendió su partida porque tenía una comunión a eso de las 17. La dueña de la hacienda, Cristina, los invitó a la rústica casa y llamó al veterinario para que compusiera la herida.
El veterinario le miró la mordida: por suerte no era profunda y les dijo que era mejor que había sangrado así se expulsan las bacterias. La limpió cuidadosamente y le propuso aplicarle la antitetánica. A Sebastián le dolió mucho el pinchazo dado que estaba muy alterado por lo que habían pasado. Pero el veterinario llamó aparte a Dolores le preguntó una y otra vez que aspecto tenía el zorro, si estaba muy nervioso y si salivaba demasiado. Dolores entendió que le preguntaba por si tenía rabia, entonces bajó la cabeza y la tambaleó repetidas veces y le dijo que no recordaba nada porque fue todo muy rápido.
Cristina les ofreció un plato de sopa de cebolla y unos sandwiches de asado que habían sobrado del almuerzo; los tres comieron como fieras. La dueña se horrorizó y miró para otro lado. Cuando ya estaban satisfechos se preocuparon por Jorge y el auto. La dueña les decía que la tormenta había sido la más grande de los últimos tiempos y que seguro que Jorge se había quedado en un refugio. Dolores le preguntó si no tenía un teléfono para hablar con su hijo mayor pero ella le contestó que solo tenía un radio control.
La noche no tardó en llegar y Cristina les preparó un guiso de lentejas. Sebastián comió y se echó a dormir en un futón de algarrobo que había en el comedor mientras Cecilia jugaba con Laica, un perra policía cachorra. Cuando se cansó, hurgueteó los libros de la Biblioteca del living y encontró uno con la encuadernación cosida a mano, lo tomó despacio y vio que era un Don Quijote edición 1920, era una reliquia así que lo dejó en su lugar. Luego Cristina les asignó la habitación en donde iban a dormir y entonces Dolores tomó a Sebastián en sus brazos.
El cuarto era muy antiguo; el techo estaba hecho con listones de madera y unas lámparas de cristal colgaban de él. Las camas eran de mimbre con acolchados pesados tejidos a mano por la bisabuela de Cristina; cada uno tenía las iniciales de sus hijos. A eso de las 22 horas ya estaban los niños durmiendo pero Dolores no concebía el sueño, se acordaba una y otra vez las preguntas que le había hecho el veterinario. Cada tanto se levantaba y tocaba la cabeza de su hijo para ver si tenía fiebre. La tormenta de nieve y el viento no pararon en toda la noche.
A la mañana siguiente todos despertaron con la esperanza de poder salir de ahí, pero Cristina les recomendó que no sería pertinente dado que había escuchado por radio que varios caminos estaban cortados. -"¿Mi marido, dónde estará?"-: decía Dolores. Además estaba muy preocupada por Sebastián, aunque se encontraba bastante bien y comía en abundancia.
Cristina escuchó por la radio que ellos estaban desaparecidos y que no podía actuar defensa civil porque los caminos se hallaban cerrados; entonces llamó por radio a la emisora y les comentó que tres de los integrantes residían en la estancia. Esto tranquilizó un poco a Martín, el hijo mayor, que había llamado a defensa civil.
Tuvieron que esperar tres días para volver a la ciudad: fueron los peores de sus vidas. Dolores revisaba a cada rato si su hijo estaba bien y tanto ella como sus hijos se encontraban desorientados porque no había noticias del padre. El hijo mayor iba cada dos horas a la radio local para ver si tenían noticias de él.
En la mañana del jueves, el padre Zinc pasó a buscar a los niños y a Dolores; mientras Jorge salía con una grúa del centro de rescate. En el lugar de lo sucedido vio los pedazos de la campera de su mujer, en ese instante su cuerpo se paralizó y el silencio lo aprisionó.
Dolores y los niños llegaron a su hogar a eso de las 12 del mediodía. Los recibió Martín con monerías y saltos extravagantes, a lo que Dolores contestó: -"Martín siempre igual, no sabemos nada de papá y hacés payasadas"-. -”Pero si está en el centro de rescate, ya vendrá”-, le contestó Martín. Cecilia suspiró y expresó:-"Me volvió el alma al cuerpo"-.
A las dos horas desahuciado y sin esperanzas llegó Jorge. Tocó el timbre y salió Martín con cara de tristeza y le dijo: -"No sé nada de ellos, los están buscando"-; el papá se puso blanco y estaba a punto de desmayarse. Ahí le tuvo que decir la verdad. Los niños y Dolores corrieron hacia él y gritaron:-"Qué suerte que estás sano y salvo"-. En ese momento todos se abrazaron. La calma volvió al hogar una semana después de lo sucedido cuando supieron que Sebastián no había sido contagiado con rabia.

miércoles, 29 de julio de 2009

Con la naturaleza

Con la naturaleza mis sentidos se acrecientan,
escucho más allá del viento y de las olas.
Huelo el olor intenso del pasto mojado,
veo la inocencia de la vida,
llamando a mi puerta.
Me siento plena y mi ser se traslada,
a un estado perenne y absolutamente primitivo.
En comunión con la Pachamama,
y en armonía con los demás seres de la vida.

Entre bebé, choclo, espumita y hombrera

Este bebé superpoblado,
lleno de injuria, soberbia e injusticia.
Porque el amenazador bebé,
nos tiene atrapados.
Vivimos soportando tantas cosas,
y sin saber porque estas suceden.
Porque el bebé no está contramedicado,
este ocurre sin que nos demos cuenta.
Al final la vida es un kiosko,
en el que se incorporan tantas circunstancias.
Cuantos kioskos se pierden,
por no encontrar su camino.
Cada uno tiene su fiel kiosquero,
que viene sin que vos te lo propongas.
Siempre por eso busco tener,
por lo menos un choclo,
para transmitirle el sentido de mi existencia.
Creo que el choclo representa a la vida,
porque en cada grano que se cae,
se plasman experiencias nuevas.
Para poder darle rienda suelta,
a la espumita que tiene nuestros días.
Espumita, espumita, espumita,
no quiero que nunca te acabes.
Tu eres el deleite de mi presente y futuro.
En el cuerpo de toda persona,
las hombreras son las que lo hacen sentir,
grande, grande,
pero concluimos en que pequeños somos.

lunes, 1 de junio de 2009

Viaje a Monte Hermoso

El verano ya estaba terminando, pero ellas igual decidieron salir de vacaciones con las mochilas al hombro. Luján era la mayor, tenía unos veintitantos pero aparentaba mucho menos. Paz tenía tan sólo 22, tímida e insegura, cada vez que tenía que hacer algo le preguntaba a medio mundo si estaba en lo correcto. En un principio no sabían a donde ir, desde ya tuvo que ser Luján la que por recomendación de un tachero pensó en viajar a Monte Hermoso, una localidad costera ubicada a 675 km de Capital Federal.
La partida fue el 10 de marzo por la mañana. Llegaron a destino cerca de las dos de la tarde, con gotas de sudor sobre sus frentes porque el aire acondicionado del micro estaba roto. Al bajarse comenzaron a buscar un lugar donde alojarse. En el centro de la ciudad encontraron un hospedaje llamado “Aguas Verdes”, que tenía dos pisos concéntricos con un patio en la planta baja. El baño era comunitario, cosa que no les gustó mucho a las chicas, pero el precio del albergue era acorde a sus bolsillos.
Les asignaron una habitación en la planta alta, muy amplia y de techos altos con las paredes pintadas de verde y celeste. Las camas de caños blancos con colchas grises parecían de un hospital viejo más que de un hotel. Luego de instalarse fueron a dar unas vueltas por la localidad costera.
Al llegar a la playa, descalzas empezaron a caminar por la orilla del mar. El agua estaba muy tranquila, casi no había oleaje. De repente, el cielo estaba teñido de matices grises y comenzaron a caer pequeñas gotas de lluvia,. Ahí divisaron un muelle inconcluso que estaba desgastado por la arena y la sal marina. Al acercarse vieron trozos de cemento con unos barrotes de hierro que salían del fondo del mar. Paz sacó fotos de todo el muelle, le sorprendió el agua metiéndose entre sus columnas. Deambularon tanto por la playa y la ciudad que llegó la noche y debieron volver al hospedaje.
En “Aguas Verdes” sólo estaba un sereno mirando televisión en blanco y negro, que ni las saludó cuando entraron.. En la habitación hablaron del muelle, la playa, el faro. A eso de la una de la madrugada sonó el celular de Paz. Atendió porque sabía que era su novio, que seguro quería saber cómo habían llegado. No terminó de cortar con él que escuchó un taconeo muy persistente en una de las habitaciones venideras, aunque no les llamó mucho la atención. El problema fue cuando empezaron a escuchar plaf plaf y sollozos de una mujer. Ahí si comenzaron a temblar. De repente, esos taconeos se escucharon más cercanos y la luz del pasillo se encendió. Vieron la figura de un hombre detrás de la puerta de su habitación, que a los segundos desapareció.
Luján igual trabó la puerta y la tapó con las mochilas y las frazadas, mientras Paz estaba inmóvil arriba de la cama. Unos minutos después escucharon nuevamente las cachetadas, pero ahora acompañadas de unas patadas muy fuertes. En ese momento, Paz estornudó y le dijo muy suavemente a Luján –No puede ser la están matando- a lo que esta le contestó poniendo su dedo índice sobre su boca como en señal de silencio. Luego apareció de nuevo la figura del hombre detrás del puerta pero esta vez miró hacia adentro de la habitación y siguió como sí nada; esto hizo que las dos se acurrucaran contra los respaldos de sus respectivas camas.
Al cabo de un rato, las dos tenían sus vejigas que explotaban. Con el tono muy suave ambas dijeron -¿Qué hacemos?- . Paz ya estaba desesperada y abrazó su panza para bajar las ganas, mientras Luján decía –No puedo aguantar más- No terminó de murmurar y escucharon unos gritos aterradores que parecían de una mujer y un taconeo cercano a su pórtico. Las dos se erizaron y ya no sabían que hacer, por lo menos se las ingeniaron para orinar adentro de una bolsa, ni por asomo pensaron en salir al baño.
A eso de las cuatro de la mañana, los ruidos mermaron y el hombre no apareció más, recién ahí pudieron dormir. Al otro día al levantarse pensaron que todo lo ocurrido lo habían soñado pero el olor hediondo a pis invadía la habitación. Enseguida fueron a hablar con el sereno para preguntarle lo sucedido, el solo les contestó que no había escuchado nada. Entonces ellas empezaron a tejer historias, Luján decía –Fue el pagó una prostituta y como no le dio los servicios que quería le pegó y tal vez la mató- . En cambio para Paz el no tenía nada que ver con lo sucedido solo cubría a esa persona por temor.
Los días pasaron y nunca más escucharon algo. Pero el día en que partían nuevamente a Buenos Aires, Luján vió un cartel con foto en un negocio que decía- Se busca a Ludmila Gallardo, desaparecida el 10 de marzo de 2009-, se quedó atónita y pensó seguro que la mataron o la tienen secuestrada. Le comentó esto a Paz y no dudaron en ir a la comisaría y denunciar lo ocurrido. Pero el comisario de Monte Hermoso les dijo no entiendo como me dicen que pasó algo en ese motel porque yo llegué esa noche de Capital y me instalé en el y no escuché nada. Al salir de allí las dos se quedaron muy sorprendidas y dijeron -¿Entonces qué pasó es noche, alucinamos? ¿el policía era el que le pegaba a esa mujer?- El interrogante siguió porque lo que ocurrió esa madrugada ninguna de las dos lo pudo saber.

¿La tele también educa?

No todo es “El gran cuñado” e “Intrusos” en la tele actual. Desde hace algunos años han proliferado los programas científicos o educativos. Por ejemplo, en el cable podemos ver las señales de Nat Geo o Discovery Channel. En este principalmente “Así se hace” y “Mundo Futuro”, en donde se muestra como será vivir en la Tierra en unos años. Animal Planet es otro que revela la vida de las distintas especies y además de cómo deben ser cuidadas.
En la televisión pública, el canal Encuentro exhibe “Explora Ciencia”, conducido por Adrián Paenza, que convoca a los principales científicos del país para que brinden información sobre los últimos avances en la ciencia. Canal 7, además, emite “Científicos Industria Argentina” . Estos son solo algunos, pero sirven de ilustración para esta tendencia.
Estos programas muestran que no siempre el medio es el mensaje como afirmaba Marshall MacLuhan. Los contenidos de la televisión no se reducen a los entretenimientos y juegos de azar, además en este caso están verificados por científicos. Lo que no quita que tengan un margen de error.
Los interrogantes que surgen son: ¿la tele educa? ¿qué relación guarda esta con la escuela?. Para responder estas preguntas primero hay que plantearse qué consideramos como educación, si a esta la reducimos a transmitir información, lo brindado por la tele podría asemejarse. Pero si la planteamos como una actividad transformadora para el ser humano, tal vez nuestra idea primigenia cambie. Puede equipararse a esta idea el programa Aula Taller de Canal Encuentro, en el que un grupo de docentes de una escuela técnica a partir de un contenido a estudiar eligen un problema de la vida real, entonces los estudiantes deben pensar las posibles soluciones a la cuestión planteada. Este programa tiene como intención mostrarle al espectador como se identifica un inconveniente; sus soluciones alternativas; la presentación de la solución y su aplicación en el contexto real.
Estos programas permiten que ciertos conocimientos lleguen a los niños o adolescentes de manera mas dinámica (mediante una charla e imágenes expositivas) y desde un tipo de narración no tan lineal. Por otro lado, cuestiones que podrían resultar difíciles de explicar verbalmente, como la catástrofe ocurrida en Chernobyl, son simplificadas con un par de imágenes. Es por eso, que las escuelas podrían usar estos materiales como soporte de sus clases.
Otro tema para tener en cuenta es el del acceso ¿Todos los chicos pueden ver estos programas? La verdad que es no todos pueden acceder al cable debido a que en la Argentina hay muchas diferencias sociales, pero la cifra con respecto a la cantidad de abonados ha subido de dos millones a tres millones entre 2006 y 2007 . De todos modos, como afirma Andrea Sánchez, maestra de segundo grado de la provincia de Buenos Aires: “Hoy en día casi todos los chicos tienen cable, ya sea en forma legal o ilegal.” Para ella el tema pasa por la elección de los estudiantes: “Tal vez lleguen a su casa y prefieren Tinelli antes que este tipo de programas”.
Resumiendo, no sabemos con certeza si este tipo de señales de televisión educa porque cada proceso de aprendizaje debe analizarse en relación a su contexto. Además, su consumo depende de la elección de cada uno. Lo que si se puede reiterar es que los mismos permiten un acercamiento a los niños a determinados temas y esto posibilita que interroguen y busquen más información sobre ello.
Mas allá de que estos programas eduquen, permiten que el mundo científico no quede reducido a unos pocos y llegue a mas personas. De esta manera, conociendo los temas y desafíos planteados por la Ciencia, podremos actuar por nuestro planeta y tal vez mejorarlo.

viernes, 22 de mayo de 2009

El lamento del tanguero

De mis palabras todo,
de tus palabras nada.
En el sin fin de preludios,
me encuentro con tu llanto.
Tu llanto incandescente y lujurioso,
casi patético e inventado.
Juego de tu yo, embuido en
las penurias infantiles,
que llevan guardadas,
lamentos absurdos
Y entonces estás ahí
sin darte cuenta de nada,
creyéndote que la vida,
solo es mala contigo

¿Somos nosotros?

¿Dónde estamos?
¿Por cuánta palabrería absurda,
estamos investidos?
¿Somos nosotros?
¿El ser se desdibuja
en el presente?
Tal vez no, la retórica,
el discurso y la miseria
de una vida finita,
nos tiene atrapados.
¿Podemos atravesar una utopía,
cuando nuestra vida,
se encuentra inmersa,
en fuerzas extrañas?

Palabras

Palabras, rotas, marchitas,
despedazadas por el viento,
Y la acción que te atrapa
y te atraviesa.
¿Hacia dónde fueron esas melodías?
¿En qué refugio anidado perduran?

viernes, 24 de abril de 2009

En el patio

Patio, carente de baldosas.
Lujurioso, lleno de sombras.
Espinas de rosas, clavales brillantes,
guardas leves sonrisas de niños.
Por tus peldaños crece la vida,
el llanto de los inocentes,
se duerme y vuelve a cada mañana.
Enemigo del destino,
del poder y la soledad.
Macetas coloradas, cultivadas de azar,
revivan la fantasía que a
los insensatos dejamos robar.
Registras los pensamientos idóneos,
de sabiduría, de creatividad.
Patio, patio en donde Carriego
pasó tiempo atrás.

Poema en honor a Evaristo Carriego

Melancolía añejada

Ayer, mis manos encontraron
los frutos de la juventud,
Envueltas en nubes de oro,
sentí dulces caricias
de años pasados.
¿Por qué el destino,
corrompió lazos triunfantes,
aquellos que transmiten,
aroma de libertad,
recobran cada resquicio,
de almas serenas?

Tuve que seguir,
el destino abrazado a mis penas,
las incrédulas negaban
convertirse en cenizas.

En añicos se convertía mi vida,
mi presente carecía de un nombre.
Entre instantes perdidos,
no conocía a mi ser,
la nada me invadía.
Pero de ella renacían los recuerdos,
palabra sublime, en tanto locuaz,
compuesta por lo estático,
transformada en utopía,
firme receta para aliviar el dolor.

Proyectando hacia un mañana,
los miedos toman posesión sobre mí,
Causante de intrépidas caídas,
los venceré,
sino quedaré muerto.

Una convivencia muy peculiar

Abrimos la puerta del cuarto azul y la marmota duerme placidamente. Su padre la trata de despertar pero ella bosteza y le dice: “Quiero seguir en la cama, no puedo más de la fiaca”. A lo que el padre le responde: “si viajarías ya estarías levantada”. La Marmota recién sale de sus aposentos a las doce del mediodía sin apuro, tarda en vestirse más o menos media hora porque esquiva obstáculos hasta llegar al placard y tiene que hurgar mucho para encontrar ropa limpia. Llama a un amigo y le pregunta si quiere ir a tomar un rico vino pero por supuesto él está trabajando y con una entrega de un informe urgente.
La Marmota trabaja solo los fines de semana, llega casi arrastrándose. Le asignan una caja y mientras cobra bosteza sin cesar, internamente se queja sobre la gente que hay en el local e imagina estar tirada en el sillón de su casa tomando cerveza . De repente empieza a tener un dolor fuerte en el estómago por haber comido porotos enlatados y pufff, purr inunda el mercado con un hediondo olor.
Cuando llega a su casa a la noche encuentra una revista en la mesita ratona del living, Pam, ah uah, pita Ardo-haim ganó el Bailando por un sueño: uaahh, que cansada que estoy no puedo leer más. Enseguida prende el televisor y arranca con el zapping: Plip “Buenas Noches América, estamos en Showmatch”, Plip, “Enseguida volvemos con “Los exitosos Pells”, plip “Buenas Noches a todos estamos en “Edición Chiche”. La marmota calienta en el microondas una pizza de anchoas del día anterior y destapa una cerveza. Echada en el sofá, mastica sin cerrar sus labios y Uahh Uahhh, eructa con olor a cerveza y anchoas. Parpadea, una, dos, tres veces hasta que duerme en el sofá vestida, abierta de piernas y con los brazos hacia los costados. A las dos horas abre sus ojos cuando la baba le moja la cara.
Uno, dos, tres, ¡DEBEN LEVANTARSE YA! Son las 6 de la mañana, Woyzeck está enrolado en el ejército, es el primero en levantarse y prepara el café para todos, luego da los buenos días excepto a quien no le devolvió el saludo. Antes de entrar a su casa a las seis de la tarde limpia sus pies en un felpudo marrón. Cuando entra sus ojos se abren de par en par al ver una taza sin lavar. Aparte de estar en el ejército, Woyzeck estudia Letras. De las siete de la tarde hasta las dos de la mañana lee sus apuntes: tarda dos horas con cada hoja porque hasta que no aprendió todo no da vuelta de página.
No sale de vacaciones muy seguido, pero el año pasado lo convenció su amigo Florencio de ir unos días a la costa. Se levantaba solo un poco más tarde de lo habitual, caminaba por la playa después de las siete de la tarde, pero cuando no veía gente buscaba un lugar para organizar las tareas que debía cumplir el resto del año.
Una de esas tardes, al chequear lo que tenía que hacer, se desesperό por ver tanto sin cumplir y fue a la terminal de ómnibus para irse de Mar del Plata lo más pronto posible .Así podría ayudar más en el ejército y terminar su carrera cuanto antes.
Ya en Buenos Aires, Florencio lo invitó a una exposición de Picasso,.Woyzeck dudó de asistir pero las insistencias de su amigo hicieron que finalmente accediera. En el museo observó cada pintura con detenimiento pero la que más le llamó la atención fue “Madre e hijo”. La entrega de la madre hacia el hijo reflejada en la obra hizo llorar a Woyzeck, que por dentro pensó: debo entregarme a mi trabajo como las madres cuidan de sus hijos, todo el tiempo sin descanso.
Finalmente decidió anotarse como voluntario para ayudar a cuidar a los animales del zoológico. Una tarde cuando volvía del Zoo, Woyzeck se cruzó con la marmota y la miró de pies a cabeza. Le diό asco su pantalón desgastado y su camisa sucia de dulce de leche por el cañoncito que tenía en la mano. Frunció sus labios y corrió la vista apenas paso por su lado. Esto no le gustó nada a la Marmota y le puso un pie a Woyzeck, que trastabilló contra un charco de agua podrida. La marmota empezó a correr mientras se reía a carcajadas, y el pobre Woyzeck la seguía de cerca desesperado por haber arruinado su traje blanco planchado con almidón. Ella se mete en el baño de una estación de servicio y empieza a gritar:”Estoy cagando, déjenme tranquila”. Woyzeck se horroriza y huye apretando los dientes de la bronca.
Al llegar a su casa, Woyzeck se miró en un espejo y vió su camisa manchada por dulce de leche, le restó importancia al detalle y siguió comiendo la pizza de anchoas que había sobrado del día anterior. No le importó que había cinco tazas sin lavar y miró una película clase B sobre zombies. Pero en la mitad del film empezó a pensar “tengo que estudiar para los próximos finales...tengo que buscar otro trabajo...”, y entonces su lista de obligaciones oscureció sus ganas de relajarse. Cuando la marmota llegó a su casa limpió cuidadosamente su traje blanco planchado con almidón. Luego leyó hasta tarde para su clase del viernes siguiente, con tanta concentración que no probó bocado. A la mañana siguiente volvió a levantarse tarde, no encontró ropa limpia para ponerse y luego de un rato se dio cuenta que no había ido al ejército.

sábado, 28 de marzo de 2009

La pulpería de las bataclanas

La pulpería de las bataclanas

Carlos tiene unos 40 y tantos años y es profesor de fotografía en una escuela de Barracas. Sus alumnos no lo tratan con respeto porque cuando los reta su voz les rechina en los oídos. Además su estatura apenas llega al metro sesenta y su cabeza es grande en relación a su cuerpo, y si a esto le sumamos su melena canosa con rulos prominentes y su barba abultada, diríamos que Carlos es un personaje de los libros de Tolkien.

Los fines de semana Carlos toma su mochila y la carga con algo de ropa más su cámara con todos los tipos de lente. A él le gusta sacar fotografías sobre los fenómenos de la naturaleza. El año pasado sacó una secuencia de 50 fotos sobre las hormigas trabajando con las hojas que la expuso en la entrada del Centro Cultural San Martín.

En un sábado despejado de enero, Carlos tomó un micro de Retiro a San Antonio de Areco. Al llegar a su destino en la Plaza Ruiz de Arellano viajó con un colectivo local a Villa Lía, un pueblito ubicado a 18 kilómetros de allí. Llegó cerca de las tres de la tarde. Al bajar del micro caminó unos pasos y su cara se llenó de gotitas de transpiración y su estomago se estrujó como un trapo mojado. En la terminal no había ni un alma, sólo un perro echado que apenas abrió sus ojos cuando lo vió.

Comenzó a recorrer el pueblo y con lo primero que se topó fue la Plaza José Hernández, muy rústica en su aspecto, sin baldosas, ni veredas. Siguió caminando y vió un cartel despintado en amarillo y verde que decía “villa lía”. Caminó hasta allí y encontró una estación de trenes que por el estado de las vías parecía abandonada. Luego miró hacia atrás y una casa de adobe que decía pulpería y al parecer estaba abierta. Cruzó la calle e hizo caso al letrero agrietado que decía pase. No dudó en abrir el portón blanco de chapa y al entrar se sentó en una silla de mimbre color beige.

El bar estaba pintado todo de blanco, pero ninguna mesa era igual, como así tampoco las sillas lo eran, había de mimbre, pino, de acero y hasta un puf. A Carlos le sorprendió las botellas de vino, todas tenían la etiqueta tapada con una cinta de embalar. Siguió mirando el lugar y nadie aparecía para atenderlo. Cuando se estaba por ir unas cenizas de cigarrillo envolvieron sus zapatos, eso hizo que levantara la vista y se encontrara con una mujer de rasgos españoles, mucha cabellera, nariz aguileña, frente ancha, pechos enormes que enseguida estuvieron en frente de la cara de Alemani. Al no reaccionar ella se hizo a un lado y ahí pudo ver mejor su aspecto. Tenía los labios pintados de rojo brillante, sus pestañas destilaban rimel azul y y una pollera verde muy diminuta apenas cubría sus piernas. Ella no tenía más de 25 años.

A pesar de ser una mujer atractiva, Carlos babeaba por el hambre.. dele pidió la carta y dijo: “quiero unas milanesas con papas fritas lo más rápido posible”. Ella respondió riendo: “eso no hay acá”, entonces el sugirió supremas. Ella lo miró, frunció sexi sus labios para adelante y le dijo: “solo tenemos ravioles con estofado”. “Bueno -le dijo él- aunque hace calor, tráigame eso con una botella de agua sin gas”.

En unos minutos apareció otra mujer de características parecidas a la anterior pero con la pollera más larga y unos veinte años más. Ella le sirvió los ravioles con estofado y queso. De repente un taconeo anuncio a otra mujer de unos 70 años vestida igual a las anteriores, que le trajo el agua y el pan. No pasó un segundo y Carlos comenzó a devorar los ravioles . Luego de comer medio plato miró hacia el mostrador y las tres mujeres lo observaban. En ese momento se dio cuenta que eran abuela, madre e hija y pensó dentro de sí “es una familia de Bataclanas”.

Al terminar de comer empezó a pestañar y a sentir pesado su cuerpo. Al ver esto la más joven de las mujeres le trajo un café con crema, que despabiló un poco a Carlos. Pero lo que más lo despertó fue la música árabe que comenzó a sonar en la pulpería. Cada una de ellas inició un baile alrededor de él y cuando un trozo de crema se deslizó sobre su barba, la cuarentona lo limpió con una servilleta y lo miró fijo.

La seducción de las tres no le despertó deseo alguno, sino que hizo temblar sus piernas. Elevó su voz de modo grave y dijo ¡la cuenta por favor!, en unísono le respondieron $70 pesos por la comida y el show. A él le pareció medio caro pero sus ojos comenzaron a pestañar nuevamente y les pagó sin quejarse. Al retirarse cada una le dio un beso en la mejilla y una caricia en la espalda. Ya en la calle se dio cuenta que entre la comida y el baile eran las 6 de la tarde, por lo que, a pesar del cansancio le sacó unas fotografías a unos caballos que estaban comiendo el pasto de las vías.

Permaneció en Villa Lía hasta bien entrado el domingo, pero cuando quiso levantarse el lunes en su casa de Barracas, parecía que su cuerpo se hundía en la cama. Con mucho sudor llegó hasta el baño. Al mirarse en el espejo vió su cara con un tono amarillento y de repente unas arcadas emanaron de su boca y el vomito ensució su inodoro. Con las manos en su panza y el cuerpo todo encorvado por el dolor de estómago llamó a una ambulancia. Al llegar los médicos le dijeron que, por su aspecto y la fiebre que tenía debía ser internado. Pasó una semana en terapia intensiva porque tenía una gran intoxicación producto de la comida del bar de las bataclanas.

En una fiesta al cabo de unos años, entre copa y copa, Alemani contó esta historia. Pero al decirlo con su voz aguda y con su aspecto de gnomo, su audiencia no se horrorizó por lo mencionado, sino que respondió con risotadas.