domingo, 5 de febrero de 2012

En el sinfín del Universo

Lentamente entendió de que ni su destino estaba prescripto, ni su pasado estaba marcado. Su mente eran grandes cráteres sin sentido, ni conexión. Sólo recordaba algún que otro paisaje y la mirada de alguien significativo. ¿Pero como puede un ser humano vivir sin memoria?
Decidió emprender más viajes, conocer mucha gente. Anduvo por Roma, La Fontana de Trevi, Los canales de Venecia, El Coliseo, atravesó el mar muerto, contempló atardeceres en los Alpes Suizos. Pero leves recuerdos quedaban en su mente. ¿Qué era lo que había sucedido? ¿Por qué no podía retener nada? ¿Por qué no se sentía en ningún lado y en todos a la vez?
En el Mar Mediterráneo, tuvo una revelación, sintió como él era el sendero de sus ojos. Podía estar horas contemplándolo, y ahí si experimentó que había estado toda su vida y desde el principio de los tiempos. Cada oleada le devolvía su pasado en aromas; a sal marina, a pasto mojado, a lava derretida. El ruido del mar abrió sus oídos y escuchó a las ballenas danzar una y otra vez contra las olas.
Entonces se preguntó: ¿Con qué se conectaba su vida; con la palabrería absurda, la vida cotiadiana y los afanes mundanos o con las orcas, las gaviotas por la mañana o las focas? Entendió que en las orcas, las gaviotas, podía encontrar a su verdadero ser, por eso no tenía pasado; le pertenecía a los tiempos de la Naturaleza, a los sinfínes de la Tierra y el Cosmos.

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