lunes, 1 de junio de 2009

Viaje a Monte Hermoso

El verano ya estaba terminando, pero ellas igual decidieron salir de vacaciones con las mochilas al hombro. Luján era la mayor, tenía unos veintitantos pero aparentaba mucho menos. Paz tenía tan sólo 22, tímida e insegura, cada vez que tenía que hacer algo le preguntaba a medio mundo si estaba en lo correcto. En un principio no sabían a donde ir, desde ya tuvo que ser Luján la que por recomendación de un tachero pensó en viajar a Monte Hermoso, una localidad costera ubicada a 675 km de Capital Federal.
La partida fue el 10 de marzo por la mañana. Llegaron a destino cerca de las dos de la tarde, con gotas de sudor sobre sus frentes porque el aire acondicionado del micro estaba roto. Al bajarse comenzaron a buscar un lugar donde alojarse. En el centro de la ciudad encontraron un hospedaje llamado “Aguas Verdes”, que tenía dos pisos concéntricos con un patio en la planta baja. El baño era comunitario, cosa que no les gustó mucho a las chicas, pero el precio del albergue era acorde a sus bolsillos.
Les asignaron una habitación en la planta alta, muy amplia y de techos altos con las paredes pintadas de verde y celeste. Las camas de caños blancos con colchas grises parecían de un hospital viejo más que de un hotel. Luego de instalarse fueron a dar unas vueltas por la localidad costera.
Al llegar a la playa, descalzas empezaron a caminar por la orilla del mar. El agua estaba muy tranquila, casi no había oleaje. De repente, el cielo estaba teñido de matices grises y comenzaron a caer pequeñas gotas de lluvia,. Ahí divisaron un muelle inconcluso que estaba desgastado por la arena y la sal marina. Al acercarse vieron trozos de cemento con unos barrotes de hierro que salían del fondo del mar. Paz sacó fotos de todo el muelle, le sorprendió el agua metiéndose entre sus columnas. Deambularon tanto por la playa y la ciudad que llegó la noche y debieron volver al hospedaje.
En “Aguas Verdes” sólo estaba un sereno mirando televisión en blanco y negro, que ni las saludó cuando entraron.. En la habitación hablaron del muelle, la playa, el faro. A eso de la una de la madrugada sonó el celular de Paz. Atendió porque sabía que era su novio, que seguro quería saber cómo habían llegado. No terminó de cortar con él que escuchó un taconeo muy persistente en una de las habitaciones venideras, aunque no les llamó mucho la atención. El problema fue cuando empezaron a escuchar plaf plaf y sollozos de una mujer. Ahí si comenzaron a temblar. De repente, esos taconeos se escucharon más cercanos y la luz del pasillo se encendió. Vieron la figura de un hombre detrás de la puerta de su habitación, que a los segundos desapareció.
Luján igual trabó la puerta y la tapó con las mochilas y las frazadas, mientras Paz estaba inmóvil arriba de la cama. Unos minutos después escucharon nuevamente las cachetadas, pero ahora acompañadas de unas patadas muy fuertes. En ese momento, Paz estornudó y le dijo muy suavemente a Luján –No puede ser la están matando- a lo que esta le contestó poniendo su dedo índice sobre su boca como en señal de silencio. Luego apareció de nuevo la figura del hombre detrás del puerta pero esta vez miró hacia adentro de la habitación y siguió como sí nada; esto hizo que las dos se acurrucaran contra los respaldos de sus respectivas camas.
Al cabo de un rato, las dos tenían sus vejigas que explotaban. Con el tono muy suave ambas dijeron -¿Qué hacemos?- . Paz ya estaba desesperada y abrazó su panza para bajar las ganas, mientras Luján decía –No puedo aguantar más- No terminó de murmurar y escucharon unos gritos aterradores que parecían de una mujer y un taconeo cercano a su pórtico. Las dos se erizaron y ya no sabían que hacer, por lo menos se las ingeniaron para orinar adentro de una bolsa, ni por asomo pensaron en salir al baño.
A eso de las cuatro de la mañana, los ruidos mermaron y el hombre no apareció más, recién ahí pudieron dormir. Al otro día al levantarse pensaron que todo lo ocurrido lo habían soñado pero el olor hediondo a pis invadía la habitación. Enseguida fueron a hablar con el sereno para preguntarle lo sucedido, el solo les contestó que no había escuchado nada. Entonces ellas empezaron a tejer historias, Luján decía –Fue el pagó una prostituta y como no le dio los servicios que quería le pegó y tal vez la mató- . En cambio para Paz el no tenía nada que ver con lo sucedido solo cubría a esa persona por temor.
Los días pasaron y nunca más escucharon algo. Pero el día en que partían nuevamente a Buenos Aires, Luján vió un cartel con foto en un negocio que decía- Se busca a Ludmila Gallardo, desaparecida el 10 de marzo de 2009-, se quedó atónita y pensó seguro que la mataron o la tienen secuestrada. Le comentó esto a Paz y no dudaron en ir a la comisaría y denunciar lo ocurrido. Pero el comisario de Monte Hermoso les dijo no entiendo como me dicen que pasó algo en ese motel porque yo llegué esa noche de Capital y me instalé en el y no escuché nada. Al salir de allí las dos se quedaron muy sorprendidas y dijeron -¿Entonces qué pasó es noche, alucinamos? ¿el policía era el que le pegaba a esa mujer?- El interrogante siguió porque lo que ocurrió esa madrugada ninguna de las dos lo pudo saber.

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